martes, 22 de noviembre de 2016

MITOS Y LEYENDAS DE LA REGIÓN ZULIANA.

LOS FANTASMAS DE LA CASA DE LA CAPITULACIÓN O CASA MORALES"


Este sitio histórico es uno de esos lugares en Maracaibo que los maracaiberos saben de su existencia pero poco y me atrevo a decir que nunca, la han visitado. Fue mandada a construir en el siglo XVIII y su valor reside en que fue el sitio donde el último Capitán General español en Venezuela capituló, luego de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo (por ello el nombre de Casa de la Capitulación).

Allegados de quienes la poseen actualmente en forma de comodato (La Academia de la Historia y la Sociedad Bolivariana) aseguran que en ciertas horas del día y sobre todo, en la noche, vagan fantasmas pidiendo por su alma. Según dicen, estas apariciones son esclavos y sirvientes maltratados y hasta fallecidos en la construcción durante la época de la colonia. Quizás si la historia fuese oficial, la casa tendría algún atractivo y llegaría eso que le escasea: las visit
as.

ARTOLO Y EL CAYUCO



El Bajito es una playa ubicada en la desembocadura de la Cañada Nueva, entre la calle del Oriente y la colonia Gutiérrez, sector El Milagro, y es célebre, entre otras circunstancias por una antigua leyenda que tuvo gran difusión entre la gente del entorno, y en particular entre navegantes y pescadores.

La leyenda hace mención a que el patrón de cierta piragua, anclada en aquel puerto, bajó una noche a tierra, y al despedirse del muchacho que lo trajo le dijo que estuviera oido alerta para que cuando viniera de regreso de su excursión lo llamara y no le hiciera esperar con el cayuco. Más tarde el marinero que partió sólo, y a paso mesurado, volvió a toda carrera y con dos hombres, como dos perros furiosos, pisándole los talones y casi pinchándolo con las peinillas.
¡Bartolo! ¡Bartolo! ¡El Cayuco! rompió a gritar desesperadamente el patrón, pero a pesar del angustioso llamado cada vez más frecuente, el muchacho no le escuchaba, pues dormía como una piedra.

Convencido de la inutilidad de sus gritos, acorralado entre el hierro y el agua, el marino se precipitó lago adentro, como una tromba, desapareciendo en las aguas.
Su cadáver jamás apareció, pero su demanda de socorro, su clamoroso movimiento, resuena todavía en las noches oscuras por aquella parte del litoral, llenando de temor los corazones y haciendo aullar lastimeramente a los perros del vecindario ¡Bartoloooo! ¡Bartoloooo!, traéme el cayuco.

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